sábado, 16 de junio de 2012

BÉLA TARR Y EL MUNDO. Notas sobre Tarr a partir de "Prologue".




Béla Tarr condensa en los apenas 5 minutos de Prologue (2004) su visión del cine, de la vida y de Europa. Este corto forma parte de Visions of Europe (2004), collage en el que 25 directores, uno por cada país de la UE, descargaron su imagen del presente y futuro del continente, una extraña amalgama de la que sobresale la pequeña obra de Tarr.  

Prologue consta de un único corte. Comienza in medias res, sin más contexto previo que lo que podamos saber del director, con la música entrando progresivamente a la par que la imagen. Ésta es, sencillamente, una desorganizada cola de gente de la que no vemos el final. La cámara de Tarr la recorre con uno de sus obsesivos travellings, constante y atento, y vamos viendo a un montón de personas calladas y quietas en una acera esperando no sabemos para qué. A mitad del corto, la cámara llega al principio de la cola y lo descubrimos (…)  la imagen se corta de golpe (la música sigue) y aparecen los créditos, que dan una clave interpretativa fundamental, como veremos más adelante. El hecho de que haya sido rodado en Europa del Este podría entenderse como una extensión geográfica de la afirmación que hace Žižek sobre los Balcanes.  Para él son «el mito de Europa», su subconsciente, la trastienda sobre la que la parte “civilizada” del continente proyecta sus miedos, perversiones y deseos oscuros… pero centrémonos, ese es otro tema que daría para otro artículo.

¿Qué significa el travelling para Tarr? ¿Por qué usa tanto este recurso en sus películas, llegando a darle todo el protagonismo en la escueta Prologue, tanto por su movimiento como por su detención? Sus travellings presencian un mundo tremendamente orgánico, a veces casi tanto como el de Tarkovski, que hacen llegar al espectador conservando íntegras sus cualidades. Se pasean sin obstáculos por esa realidad, mostrando con calma cada detalle. Al registrar esa naturaleza para darla a conocer, la propia cámara no es más que observadora de una realidad en la que no puede intervenir, como si estuviera rodando desde una dimensión intermedia entre la que produce la imagen real y la que sale por la pantalla final. Aunque sus travellings tengan total libertad de movimientos, mostrar es todo lo que pueden hacer, como si estuvieran grabando una obra de teatro de otro autor sobre la que no pueden opinar; quizá sí matizarla con su interpretación, pero nunca modificarla por su cuenta. 



Al movimiento de la cámara de Tarr se le permite ver y destacar lo que quiera, pero sólo como testigo. Así, nada puede hacer con la inamovible cola de Prologue. Sobre ella, sin la peculiar mezcla de sonido (efectos y doblaje) característica del director, un piano repite una pequeña melodía. Precisamente en la música recae gran parte de la responsabilidad de la sensibilidad transmitida. Más que un enviado de nuestro mundo que vuelve y nos enseña las fotos de lo que ha visto en el infierno, como la cámara, parece una emanación del subsuelo del mundo mostrado. Y, por lo tanto, nos revela su esencia de forma más pura que la imagen.
 (…) 
Tarr se limita a constatar, desde la tranquila desesperación de quien ya lo da todo por perdido, que está pasando lo que tiene que pasar y lo único que puede pasar. ¡No hay por qué llorar por el hundimiento de la humanidad, el mundo es así y punto! A veces se considera que su cine es nihilista, pero nada más lejos de la realidad. Nihilista es Andrzej Zulawski, en cuyas películas sólo el caos existe y cualquier cosa puede suceder, nada tiene sentido ni camino ni finalidad. Es verdad que ambos directores comparten la simpatía por el diablo y le señalan como culpable (Zulawski con regocijo demente, Tarr con resignación), pero son dos satanes diferentes. Tarr tiene una visión del mundo en la que todo encaja como un mecanismo de relojería. Encaja para mal y, desde luego, no tiene por qué tener un sentido; o, más bien, no podemos comprenderlo si lo tiene. 

Su determinismo toma distintas formas: la burocracia en sus primeras películas; las pasiones humanas, mecánicas en la práctica por su previsible impulso de destrucción y autodestrucción; o, en última instancia en sus momentos más osados y reveladores, una especie de tragedia cósmica (a veces literalmente astronómica)  que parece escenificar su último acto en los compartimentos estancos que son sus obras. En Prologue, por su brevedad y simplicidad extrema, no hay pistas de suficiente peso sobre quién o qué mueve los hilos. Quizá sea la economía caníbal, cuya imparable inercia destructiva termina llevando a la pobreza a tantos. O, más allá de esta apariencia, tal vez sea la misma naturaleza del ser humano creador y actor de esos sistemas económicos, una esencia que, para Tarr, es una condena de la que no se puede huir y que no tiene otro final que el sufrimiento y la disolución como individuo.
(...) 
En esa cola se apilan decenas, cientos, quizá miles de cuerpos. Por lo que sabemos, podría incluso estar compuesta por un número infinito de personas. Sin embargo, todos los seres humanos por los que pasa la cámara tienen un rostro claro y marcado, todos tienen una personalidad propia.  


Prologue consigue, con unos recursos mínimos, algo tan difícil como realizar retratos individuales de los atomizados componentes de una muchedumbre, enseñando que toda masa no es sino un agregado de sujetos… especialmente en Europa. Los créditos finales apoyan esta interpretación, puesto que enumeran, y en igualdad de condiciones, los nombres de todos los extras que forman la parte de la cola que se nos muestra.
(...) Si el mundo no tiene salvación, si nada vale la pena y nada podemos hacer para cambiarlo, ¿qué sentido tiene seguir viviendo? Pero, entonces, ¿por qué Tarr se molesta en hacer películas (su anunciada retirada tras El caballo de Turín sería la conclusión lógica y honesta de su idiosincrasia)? Si hay una respuesta a esto en su filmografía, está en Prologue. La mujer que reparte comida y bebida a los desheredados les entrega también una sonrisa. Y es una sonrisa sincera, quizá el único destello de auténtica humanidad y vida que se ha colado en el cine de Béla Tarr. Ese gesto cálido y confortador es la prueba de que, a pesar de todo, en el camino puede haber algo que haga que merezca la pena recorrerlo. El nombre de esa mujer es el único que aparece de forma independiente en los créditos finales de Prologue.

Prologue (2004)





"Visions of Europe"


El objetivo de este proyecto, iniciado en 2004,  era que los veinticinco Estados que entonces integraban la Unión Europea quedaran representados en un puzzle compuesto por las obras de realizadores elegidos de cada país.  Todos con el mismo presupuesto y la misma duración (cinco minutos) para mostrar, a través de la particular mirada de cada cineasta, la pluralidad nacional y social de Europa, relacionada con situaciones del presente o del futuro inmediato.
Los trabajos que conforman "Visions of Europe" son estos:

 Fatih Akin    "Die alten bösen Lieder"
Barbara Albert    "Mars"
Sharunas Bartas     "Children Lose Nothing"
Andy Bausch   "The Language School"
Christoffer Boe     "Europe Does Not Exist"
Francesca Comencini   "Anna Lives in Marghera"
Stijn Coninx    "Self Portrait"
Tony Gatlif  "Paris by Night"
Sasa Gedeon    "Unisono"
Christos Georgiou        "My Life on Tape"
Constantine Giannaris "Room for All"
Theo van Gogh       "Euroquiz"
Peter Greenaway     "European Showerbath"
Miguel Hermoso     "Our Kids"
Arvo Iho      "Euroflot"
Aki Kaurismäki     "Bico"
Damjan Kozole     "Europa"
Laila Pakalnina     "It'll Be Fine"
Kenneth Scicluna      "The Isle"
Martin Sulík     "The Miracle"
Malgorzata Szumowska     "Crossroad"
Béla Tarr      "Prologue" 
(Ágnes Hranitzky, co-director)
Jan Troell     "The Yellow Tag"
Teresa Villaverde     "Cold Wa(te)r"
Aisling Walsh     "Invisible State"


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