Apenas contaba con siete años cuando Arrebato irrumpió en mi vida por primera vez . Fue una de esas experiencias infantiles que nos impactan de tal forma que la mantenemos en el recuerdo con un valor especial, de esas de las que precisamente habla esta perturbadora película. Es cierto que esta primera vez no comprendí en absoluto su mensaje, ya que mi ingenua e impresionable mente solo fue capaz de absorber el aspecto terrorífico de la historia, pero también es cierto que fue tan fuerte la impresión que me produjo, que desde ese momento, cada vez que me enfoca una cámara es inevitable que esta película acuda a mi cabeza. Años después, y por casualidad mientras zappeaba, me encontré con la magnífica sorpresa de que la emitían en televisión. Bastaron un par de secuencias para reconocer a aquella rareza que apenas recordaba pero que me había acompañado tanto tiempo, y en lugar del fiasco que suele suceder a este tipo de reencuentros con el pasado, que casi siempre conducen a la decepción y a la caída en picado de uno de nuestros mitos, me encontré más impresionada si cabe que la primera vez, hipnotizada y arrebatada por completo por la que desde entonces sería para mí la Obra Maestra del cine español. Seguramente los puristas se echen las manos a la cabeza ante esta afirmación, pero lo que es innegable es que Arrebato es la obra más inquietante, arriesgada e inclasificable de la filmografía española. Es una película que está fuera de la lógica y de la razón, de los esquemas estructurales y los análisis formales, es una experiencia para sentirla a flor de piel, planteada como un juego infantil, y como en todo juego la regla principal es entregarse en cuerpo y alma, sin preguntas.
Arrebato fundamentalmente es el autorretrato de Iván Zulueta. El director donostiarra utiliza un alter-ego (Pedro) para hacernos participes de su peor pesadilla, abandonar la infancia para alcanzar la madurez. A través de este personaje nos adentra en la mente de un director obsesionado con experimentar con el tiempo y con los ritmos, capaz de condensar cientos de imágenes en un minuto y con el curioso don de descubrir dentro de cada uno la imagen que nos obnubile toda la eternidad. Pero además es una invitación a la reflexión para aquellos que hicieron del cine un oficio, que lo convirtieron en un medio más que en un fin. Cuestiona cualquier éxito que no sea el del éxtasis que provoca el proceso creativo y la obra por si misma. Rechaza el ambiente que rodea al cineasta describiéndolo como un mundo repleto de personajes frívolos y grotescos que se acercan al director de moda atraídos por el olor a fama.
Pedro, el protagonista, es uno de los personajes más insólitos que ha alumbrado el cine. Es un joven de 27 años que en principio parece tener la edad mental de un niño, pero que realmente es un ser sobre-excitado, inmerso en un juego continuo que provoca en él un ritmo frenético. Este particular Peter Pan es capaz de reducir ese ritmo para dejar la niñez a un lado y razonar como un adulto cuando le interesa. Eso es lo que hará cuando conozca a Jose, un director de películas de Serie B que está desencantado con su trabajo (como él mismo dice: "a mí no me gusta el cine, es al cine a quien le gusto yo"). Pedro acude a él para que opine sobre las películas que ha grabado con una cámara de Super 8, el nuevo juguete que le tiene obsesionado y al que se ha entregado por completo. Gracias a este aparato decide dejar su casa e ir en busca de un mundo repleto de miles de ritmos ocultos que esperan ser descubiertos.
La película tiene una estructura particular. Parte desde el núcleo de la historia, una cinta de video que Pedro envía a Jose, para desplegarse posteriormente como un libro abierto. La mortecina voz de Pedro aporta una atmósfera misteriosa a la película con la que consigue que nos entreguemos desde el principio. Pero el contenido de esta cinta se hace esperar. Zulueta nos mantiene en vilo mostrando primero las circunstancias que envuelven la vida de Jose y poniéndonos en antecedentes de las ocasiones en que ambos personajes coincidieron. A partir de la mitad retoma la cinta para narrar cuál fue el enigmático destino de Pedro desde el momento en que ambos se separaron.
A pesar de que obtuvo el Premio especial a la Calidad que otorga el Ministerio de Cultura, esta cinta fue rechazada en el festival de Berlín porque se consideró que hacía apología de las drogas. Efectivamente la heroína está presente en la película. Hay secuencias explícitas en las que un chute en vena ocupa toda la pantalla. Incluso el propio Zulueta, que era muy ducho en experimentar con todo tipo de sustancias, asegura que Arrebato hubiese sido imposible si no hubiese estado bajo la influencia de esta droga. Pero reducir a esto el mensaje de esta cinta es una teoría excesivamente simplista. No se intenta crear una analogía entre cine y droga. La heroína está planteada como algo negativo, un lastre al que hay que abandonar, como la consecuencia de una vida frustrada. El arrebato del cineasta va más allá. La relación hombre-cámara no es una relación de dependencia de uno sobre otro, es una relación de simbiosis donde ambas partes se necesitan. La cámara reclama su papel protagonista, no espera que le digan cuándo debe actuar.
Después de esta película Iván Zulueta acabó extenuado y no volvió a grabar nada más. Su cámara se apagó para siempre pero dejó para la posteridad una obra que con el paso del tiempo no ha perdido ni un ápice de su frescura, manteniendo la modernidad que rompió esquemas en una época.
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